Corazones que laten deprisa. Abres los ojos mirando al techo, cada vez que mi boca y mi lengua dan un exiguo respiro a tu pene. Lo aprisiono con una mano, los dedos de la otra palpan tu rostro, tu boca los lame con ansia. Nos miramos con fijeza a los ojos que emiten chispas febriles de deseo. De algún modo te repones lo necesario para tumbarme suavemente en el muelle colchón, rodillas flexionadas, oferente de un coño húmedo y palpitante, pleno de aroma a mujer, a deseo.
Abro para ti las puertas del pequeño oasis. Recorres con tu lengua mi cuello, mis pechos, pezones a punto de reventar, mi vientre que atraviesas en todas las direcciones posibles, noto como los músculos de mi parte más profunda se tensan con infinito gozo. Te inclinas y nos volvemos a besar, como si hubieras desdeñado la licencia de entrada a mi húmedo y ansioso, abierto coño. Me sujetas por fin las caderas con las dos manos y deslizas tu lengua por mi ombligo. La recibo trémula y ansiosa. Avanzas entre mis caderas abriendo camino con leves mordisquitos en mi piel. Gimo. Me excito. Te agarro el cabello, como queriendo guiarte hacia donde te quiero tener. El contacto de tu lengua sobre mi vientre, el leve morder de tus dientes alineados y blancos, pueden más que mi voluntad y me abandono a disfrutar de las mil sensaciones de placer que me invaden, provocando una ansiedad indescriptible en el deseo de que te abandones a buscar mi húmeda y cálida vulva con tu boca.
Entreabiertas las piernas, flexionadas las rodillas, las manos sobre tu cabeza, te invito sin palabras, con algún gemido leve quizá, a que no esperes más; te estoy abriendo las puertas para que pases, pero antes tú elevas de nuevo la vista a mis pechos, los localizas, y tus dedos se deslizan sobre mis pezones, que mientras masajeas sin violencia ni prisa, vuelven a endurecerse, prontos a estallar. Mi deseo no puede ya ser contenido y lo percibes. No dejas de estimular mis pechos, pero tu lengua se va deslizando insinuante hacia la parte interna de mis muslos, lo más cerca que puede estar sin tocar mi sexo. Ya percibes su aroma, huele a pasión y a deseo, a excitación. Y entonces, ¡dioses! por fin la punta de tu lengua encuentra lo que tanto quiere encontrar, lo que yo tanto deseo que encuentre; mi clítoris se sorprende con una intensa contracción al sentirla, mi coño se humedece más, lubricando tu lengua con su derrame, y tú lo saboreas. La punta de tu lengua, indecisa, ahora busca entrar levemente dentro de mí, ahora estimula mi clítoris con movimiento circular, firme pero delicadamente. Y yo me siento alucinar. Me sobreviene un pequeño mareo como de quien experimenta con una suave droga embriagadora y el placer que recorre mi espina dorsal se traduce en un gemido esta vez intenso, acompañado de una contracción involuntaria de los músculos de mi vientre y muslos.
Tú percibes mi goce y te entregas con deleite a saborear mi salina humedad, como de agua de mar cristalino, mientras sientes mi mano desplazarse a tu pene que la nota deslizar en movimiento sin rumbo, bien de arriba hacia abajo, bien apretando cuando me sobreviene un extremo de placer producido por tu lengua inquieta… continuará…